Abdicación de Carlos V

Pocas ceremonias de abdicación han sido a lo largo de la historia tan célebres y tan simbólicas de importantes cambios. Sería la última vez que un monarca de Castilla regiría además sobre el imperio, puesto que Carlos V dividió su herencia entre su hijo y su hermano, consiguiendo que su hermano Fernando obtuviese la corona imperial, y entregando sus vastos territorios a su hijo Felipe, que se convertiría en Felipe II. La ceremonia ocurrió en Bruselas, en 1555.

Carlos V pronunció un discurso de abdicación en el que habló de su labor como emperador. Resulta interesante ver como concentró la justificación de su acceso al trono imperial centrándose en la lucha contra el turco. Sólo con esta frase podemos entender bastante cosas de la época que vivió Carlos V. Entendemos a ese emperador, símbolo de una unión que es la cristiandad, y entendemos una Europa diferente a la anterior. Una Europa que gravita hacia el Norte, puesto que el Mediterráneo ya no es un mar de unión, como lo fue en la Edad Antigua, sino un mar de separación entre dos mundos. Persiste, y así lo heredará Felipe II, una idea de unión basada en la cristiandad, aunque será una idea de unión que tenderá a verse sustituida por una idea de unidad europea, cuando, paulatinamente, vaya fraguando el cisma protestante.

En su discurso habló también de sus viajes. Fue sin duda alguna un emperador a la antigua usanza. Un monarca viajero, que visitó cada confín de su vastísimo imperio. Ésta sería sin duda una de las principales diferencia entre Carlos V y su hijo Felipe. Éste gobernó desde el Escorial un imperio donde nunca se ponía el sol. Y es que Felipe II significó sin duda alguna algo muy diferente a su padre. También combatió con toda la cristiandad, como en Lepanto, pero fue ya sin lugar a dudas un rey castellano, con tierras bajo su poder en medio mundo.

Carlos V abdicó dejando en realidad a su hijo Felipe la herencia de su poder, y decidió retirarse al monasterio de Yuste, actualmente en la provincia de Cáceres. Fue un emperador internacional, sin duda alguna, pero fue Castilla la joya de su corona. El reino con poder demográfico que alimentaba sus ejércitos, el reino con poder económico, con el que pagaba la intendencia, dilapidando el oro americano y redistribuyéndolo por toda Europa. Fue el reino que articuló sin lugar a dudas su imperio, y el reino en el que decidió retirarse, cerca de su vez de su hijo, que gobernaría los designios de la cristiandad desde el Escorial.

Tras el discurso de su padre, Felipe II se disculp&ocaute; ante la cámara por su desconicimiento del idioma local, y utilizó un traductor para transmitir la idea de continuar con la labor de su padre.

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